Bajo el suelo de Córdoba hubo una vez petróleo. No un petróleo oro negro y untoso con el que fabricar combustible, sino un oro sólido y dorado, de sillares de piedra y mosaicos polícromos, cuya explotación y refinado hubiera proporcionado a esta ciudad una fuente de riqueza inagotable, limpia y duradera para el resto de su historia: las ruinas de su pasado. Ninguna ciudad de España, ninguna de Europa y sólo unas cuantas de África y Oriente Medio han contado con unas posibilidades de mostrar excavaciones arqueológicas de tal magnitud, importancia y de tan largo aliento histórico como Córdoba.
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4 comentarios:
Este es otro artículo más, junto al de los arcos de la mezquita y al del Hospital de Córdoba, para dejarlo en el candelero y bien a la vista y así le escueza y le atragante a quien proceda, si le queda un poco de carne blandita y las "tragaeras" las tiene aún estrechas por algún lado, claro.
Córdoba cada vez menos Córdoba, cada vez más sepultada entre el hormigón de anodinos bloques de viviendas. Una Córdoba sobre otra. Al contrario de la inmensa mayoría de las ciudades, Córdoba oculta más que enseña, se desconoce más que se conoce a sí misma. No me extraña que no tenga credibilidad en el exterior, que para la mayoría de los ojos extraños no pase de ser discreta ciudad de provincias, ciudad de paso perfectamente obviable. ¿Quién se creerá tanta antigua grandeza, tanto patrimonio expoliado u oculto? Nadie. Nada. La imagen turística, difusa siempre, se ha basado en la postal del geranio, los coches de caballos y sus moñigas callejeras.
En fin, hablar por hablar.
En nuestra Córdoba no solo no se explota este "petróleo"; ni se deja enterrado para generaciones por venir. Simplemente se extrae y se tira por las cañerías. A raudales.
Pues ya no queda nada de los arrabales del este. Esta tarde pasé por Cañero y la Fuensanta y todo lo que había ha desaparecido y no queda ni rastro.
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